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Generación NoMo: ¿Por qué nos parece raro pensar en que haya mujeres que no deseen tener hijos?

Foto del escritor: El quiebre El quiebre

Primero que nada, vale la aclaración: NoMo no es una moda. Nos encontramos en la misma situación que en el caso del derecho al aborto, cuando algunos portales y defensores “provida” querían hacer ver a la “ola verde” como una moda pasajera (nunca voy a olvidar aquel video en el que una joven mostraba las mejores formas de usar el pañuelo celeste). Pero ni en ese caso ni en este hablamos de modas, sino de hechos sociales. Hablamos de que la sociedad llegó a un punto tal en el que es necesario discutir ciertas cuestiones.


Así, presento el tema: con NoMo (Not Mothers) me refiero al término que acuñó Jody Day en su libro Rocking the life unexpected para referirse a aquellas mujeres que no desean ser madres. En él, la autora relata la etapa en su vida en la que se dio cuenta que no era necesario tener hijos para ser feliz y a su vez ofrece pautas para desdramatizar la situación.



Jody Day hablando acerca del movimiento NoMo


Entonces surge la pregunta, ¿por qué puede llegar a ser dramático el hecho de no querer tener descendencia?


Triste, sola, lesbiana, loca son solo algunos de los calificativos con los que tenemos que lidiar cuando hacemos algo que no es propio de nuestro género. Inclusive, en la sociedad patriarcal en la que vivimos, es común escuchar comentarios de mujeres, que critican a otras por sus luchas (vamos, que el caso de Cristina Kirchner lo tenemos acá a la vuelta).


Pero, ¿por qué pasan estas cosas? Bueno justamente porque vivimos incrustados en un sistema que nos obliga, desde el mismo momento en que nuestros padres ven el ultrasonido, a diferenciarnos entre hombre y mujer (esto se llama binarismo de género). Ahora bien, sí es cierto que existe una diferencia evidente entre uno y otro, y la ciencia lo constata, pero con el paso del tiempo y el avance de la tecnología, fue posible conocer que existe también el estado intersexual, en la cual la persona presenta características genéticas y fenotípicas propias del varón y la mujer, en grado variable.

Con todo esto quiero decir que en plena era tecnológica, parece una locura hablar de que hay comportamientos propios de los varones, a quienes se les atribuye la fuerza, la libertad sexual, ser el proveedor de la familia, la idea de que está más relacionado con lo público, lo social, lo político; mientras que a las mujeres se les atribuye la protección del hogar, lo doméstico, la maternidad, lo emotivo.




 

Marta Lamas, antropóloga y activista feminista mexicana, sostiene en Perspectiva de género que esta dicotomía es una construcción social que obedece a la división sexual del trabajo, por medio del cual se asume que la mujer, por la sola capacidad de gestar, tiene que quedarse en casa a cuidar de los hijos, mientras que el hombre debe salir a trabajar. Pero nos olvidamos que estamos en el siglo veintiuno. Hoy las mujeres también salen a trabajar (como este tema es demasiado abarcativo, voy a obviar el hecho de que las tareas domésticas también son un trabajo). Es entonces cuando todo se descompone. En la actualidad las mujeres, además de ser obligadas (por el sistema) a realizar los quehaceres del hogar, trabajan, e inclusive otras también estudian.


Este doble (o triple) ritmo lo único que produce es un perjuicio laboral para las mujeres, puesto que en la gran mayoría, la maternidad supone un parate en sus carreras profesionales, y una suerte de ‘competencia desleal’ entre ambos géneros. Tan solo miremos el caso de Japón, que en el Informe sobre la Brecha de Género presentado en 2015 por el Foro Económico Mundial se posicionó en el puesto 101 de 145 países. En el mismo se detalla que el 33,4 % de todas las japonesas con empleo tienen contratos temporales, un porcentaje muy alto en comparación con el 10% de los hombres; y que solo un 9% de los cargos ejecutivos son ocupados por mujeres. Esta diferencia es producida porque la grandísima mayoría abandonan sus trabajos para dedicarse a la maternidad.


Y todo esto motivado por una simple pregunta: ¿Y los hijos para cuándo?


Es que está preasumido que una mujer tiene que tener hijos para encontrar la felicidad, cuando la realidad es que el tenerlos para muchas puede significar el final de sus profesiones, como por ejemplo el caso de las científicas, quienes encuentran el apogeo de sus carreras en sus treintas, cuando pueden aplicar a becas, hacer doctorados, investigaciones, etc.



La presión social que sufren las mujeres respecto de la maternidad es el detonante de la desigualdad laboral

Es tan simple como eso. Hemos llegado a un punto en el que nos preguntamos por qué no podemos tener las mismas cosas que los hombres. Si es que es la época de la ‘igualdad de género’.


No me voy a extender mucho más. Hay quienes cuestionan esta concepción desde la posible problemática demográfica en un futuro. Si me preguntan a mí, yo pienso que sí que es cierto que con esta tendencia vamos hacia un descenso poblacional (según estadísticas de la ONU hacia 1914 una mujer argentina tenía en promedio 5,3 hijos, mientras que hoy ese promedio es de 2,3), pero no por eso la culpa es nuestra. No es justo que todas las responsabilidades de criar a un hijo recaigan sobre nosotras, si es que en los sanitarios para hombres también podrían haber cambiadores de bebés, o también se podrían implementar licencias por paternidad.


Tenemos que despojarnos de esos mitos de ‘el instinto maternal’ y de que ‘la verdadera felicidad se conoce cuando nacen los hijos’. Hoy nos encontramos con mujeres seguras de su decisión, y hay que respetarla. ¿Por qué resulta muy raro cuando escuchamos que no quieren tenerlos, pero no nos parece extraño cuando alguien decide tenerlos?


Por Ami García

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